domingo, 22 de diciembre de 2013

Conoce a Larissa.

Corría fuertemente el rumor en la academia de una chica mexicana con ascendencia polaca que se hospedaría ahí unos cuantos meses, según decían era maravillosa al bailar. La enviaban de muestra a sus compañeras tapatías para así mejoraran.
Naturalmente al ser un rumor no estaba confirmado.

Emily llegó, estaba ansiosa por saber si el rumor era cierto o no. Según decían, Mina había comenzado el rumor justo después de haber escuchado al director y madame hablar acerca de sus condiciones de hospedaje. 
La mayoría de las chicas estaban ya fuera del salón 15 minutos antes de lo necesario, las puertas no estaban abiertas aún.

Después de 10 minutos las puertas abrieron gracias a madame. Las chicas caminaron rápidamente a los casilleros para poder vestirse adecuadamente. 
- Niñas, no se coloquen las puntas. Hoy serán expectadoras. - Dijo mientras se sonreía a ella misma, había visto bailar a la no abiertamente confirmada huésped. 
Las niñas se sentaron al fondo del salón, ansiosas por la invitada. A lo lejos se escuchaba su llegada. Caminó por el corredor hasta llegar a la puerta, la abrió y sonrió a todas con timidez. Antes de instalarse dedicó una cándida reverencia a madame y sorprendemente a sus nuevas compañeras también. Cuando su preparación concluyó, madame la tomo por el hombro sonriendo como nunca antes la habían visto.
- Niñas, ella es la señorita Larissa. Viene desde México, D.F. para acompañarlas en su aprendizaje. Ésta clase ella nos mostrará varias coreografías que delaten su proceso en la academia, nosotras lo haremos por igual la siguiente clase. Ahora, Larissa - dijo girando su rostro hacia el de Larissa - haz el favor de mostrarnos.
- Por supuesto, será un honor. 
Su cabello era negro, un negro profundo, sus labios carnosos y rosados, su clavícula muy pronunciada, sus piernas no eran delgadas, eran hermosas, fuertes y firmes, su torso por igual lo era, su piel era hermosa, bastante blanca. Se colocó en puntas y al comenzar a sonar ''Danse macabre'' comenzó lo que sería una rutina bastante bien trabajada, bastante bien practicada. Ella realmente era una actriz dentro de su papel. Sus expresiones eran hermosas, su forma de levantar los brazos también lo era. Después de un perfectamente ejecutado jeté su forma de bajar era impecable. Era tan bella, Emily no podía apartar la vista de ella, simplemente no podía. No podía dejar de ver sus brazos, sus piernas, su torso, su piel, sus ojos, sus labios... Comenzó a sentirse tan atraída que se alarmó. Cada vez que intentaba buscar explicación racional a lo que sentía en ese momento, su respiración se volvía más pesada. 
- Es buena...
- Sí, mucho.
- Pero nuestra Lucy es mejor. 
Siguió con varias melodías hasta dar por concluida la demostración. Muy en el fondo ellas querían ver más de su amplio repertorio de movimientos. Todos, cada uno de los pasos que ella ejecutaba ellas los conocían. En sí no era nada especial que pudiera hacer el echappé. Lo especial en ella era su postura, eran sus formas de moverse, no el que se moviera.
Ninguna de las chicas la admiraba tanto como Emily lo hacía. Ella estudiaba su cuerpo, sus movimientos, sus saltos, las pirouettes, todo cuanto ella hacía. Hasta la forma en que su pecho se alzaba cada vez que ella respiraba. La había impresionado, le provocaba algo extraño y no se detendría hasta saber por qué y qué era exactamente eso que le provocaba. Debería conocerla más, lo haría. Sentía, inexplicablemente, el irracional impulso de tocar su piel, de estar junto a ella. Quería conocerla y lo haría.

martes, 17 de diciembre de 2013

Un día cualquiera.

Un placentero silencio a tempranas horas de la mañana del viernes es interrumpido por los fuertes toques a la puerta de la habitación rosada, opulenta y de muy buen gusto.
Entró a la habitación una señora de no más de un metro con cincuenta y ocho a hurtadillas, no como alguien que hace algo indebido si no como alguien en quien no figuran los deseos de molestar.
- Emily - susurró con su bella voz maternal mientras acariciaba el rojo cabello de Emily mientras movía un poco su hombro con intención de despertarla del modo más tranquilo posible. Después de pasados unos cuántos segundos entre-abrió los ojos. - Ya es hora, mi niña.
- ¿Qué horas son, Chelito?
- Dan las seis de la mañana, mi niña. Sabes que pienso que es ingrato el que me hagas despertarte a estas horas de la mañana y más aún que tú despiertes a éstas horas de la mañana. - Mientras la preocupada señora seguía sermoneándola, ella se levantó de la cama, se hizo una coleta al tiempo en que seleccionaba el atuendo ideal para salir a correr. Una vez que Chelito terminara con su sermón, claro estaba. - Bien sabes que no tienes por qué. Con que te levantes una hora después, además, una hora de sueño es una hora de sueño.
- Ya, Chelito, ya lo hablamos. Sabes que debo salir a correr porque...
- Porque quieres bajar de peso, pero, mi niña, sabes que eso no es verdad. Tienes un cuerpo muy hermoso.
- Ya, basta. No es hermoso y lo sabes ¿haz visto a Lucía? Es la más delgada de La danse est la vie. Al final del día ella tiene un cuerpo maravilloso que la hace blanco de halagos, yo no. No quiero ser ''la gorda'' de la academia. Quiero que me reconozcan y el mundo del baile no lo hace si no tienes las cualidades necesarias. Es arte, no lo entenderías. -Pronunció esas groseras palabras mientras hacía una mueca y giraba con aire de desprecio la cabeza.
- De acuerdo, señorita. No la molesto más.
Habiendo dicho eso se marchó.
Emily estaba molesta, odiaba ser juzgada. Las personas no entendían cómo era.






¿Cómo se le pudo hacer tan tarde? ¿había sido el trote por la mañana, la comida con Dana?
Entró corriendo tan rápido como podía por los espléndidos ventanales de la academia cuidando, por supuesto, que su peinado no se descuidara. Madame Annette era bastante exigente con sus alumnas, un peinado mal hecho bastaba y sobraba para sacar a cualquiera de sus discípulas de clase.
Mientras recorría los pasillos intentaba oír la música o al menos el sonido de las puntas. Lo único malo acerca de su recién adquirido nivel de experiencia en el ballet era que calentaban con puntas tal y como los mismos profesionales lo hacían por lo cual le era difícil deducir si ya habían pasado por la rutina del calentamiento o no.
Abrió la puerta y automáticamente buscó con la mirada a madame Annette.
- Señorita Ellison, menos mal que nos honra con su valiosa presencia.
- Disculpe, madame, tuve un contratiempo. - Dijo mientras esperaba cualquier señal que le fuera suficiente para suponer que estaba bien si se quedaba en clase. La señal llegó, madame señaló con su largo brazo a los casilleros. Emily dejó sus cosas, se colocó las puntas y rápidamente acompañó en los calentamientos al grupo de altas y delgadas bailarinas que sin lugar a dudas podrían decir ser modelos sin levantar la más leve sospecha.
- Emily, corrige tus cierres. Mina, tus brazos. Todas las demás observen cuidadosamente a Lucía, tómenla como ejemplo.
Después de terminado el calentamiento comenzaron cada una con sus bailes, dando lo mejor de sí ya que en este medio y sobre todo, en esta academia, no importaba que dieras lo mejor de ti, importaba que dieras algo mejor que las demás, que las derrotaras.
Madame hacía notas mentales acerca de cada chica después de verla bailar, se fijaba en el más mínimo de los detalles. Pasadas las cinco horas podían al fin descansar, irse a casa. Las altas señoritas comenzaron a ir por sus mochilas, se cambiaron el calzado; algunas se dirigían a las regaderas, al sauna, a otros salones o a irse definitivamente. Emily estaba por salir cuando madame la tomó por el brazo.
- Señorita Ellison, usted sabe que no doy cumplidos a menos que alguien lo tenga muy merecido. Dicho ésto, sus muslos han adelgazado, su rostro y brazos también. Sea lo que sea que esté haciendo, continúe con ello. - Por primera vez en su vida en la academia le sonrió, la terrorífica maestra le había sonreído. Al fin alguien premiaba su esfuerzo.
- Le agradezco muchísimo. Y claro, seguiré con ello. Que tenga linda tarde, madame. - le dedicó una sincera y emocionada sonrisa mientras se giraba caminando hacia las regaderas.

No podía dejar de pensar en que su esfuerzo estaba rindiendo frutos. Sus rutinas de ejercicio por la mañana, sus limitadas calorías ingeridas, las rutinas de ejercicio en la tarde-noche y finalmente las abdominales antes de dormir. ''Todo sea por ser como ellas'' se repetía a sí misma cada vez que dudaba acerca de si era lo correcto exigir tanto a un cuerpo.
Le gustaba mucho estar en las regaderas, el sonido del agua caer, de las risas de sus perfectas compañeras... Todo en conjunto le era sumamente tranquilizador. Terminó de ducharse y se cubrió con la toalla, acto seguido salió del cubículo. Las chicas estaban riendo muchísimo, aparentemente le habían quitado la toalla a Lucía. Sus sospechas se confirmaron en el momento en que Lucía salió riendo sumamente avergonzada mientras cubría cuanto podía de su cuerpo.
- No se puede confiar en ustedes, dénmela. - Gritó entre risas mientras con su largo cabello cubría sus senos. Después de varios intentos y amenazas finalmente le regresaron su toalla.
Emily no se había percatado en lo absoluto de que tenía fija su mirada en Lucía hasta que las demás chicas comenzaron a verla extraño.
- ¿Qué, te gusto? - Preguntó Lucía con un tono de burla.
- No, la broma fue graciosa. - Se dio la media vuelta, se vistió y cuando a punto estaba de salir Lucía corrió para alcanzarla.
- Emi, sabes que fue una broma ¿verdad? No me molestó y si tú eres... Ya sabes...
- No, no soy. Como dije, Lucía, fue gracioso, nada más. - No pudo disimular lo ofendida que estaba debido a esa suposición.
- Sabes que no me gusta que me digas así, dime Lucy. Y te creo que no lo seas. ¿Para dónde vas?
- Caminaré a la Alameda, ahí me recogerán.
- Voy para allá ¿vamos juntas?
- Sí. - Olvidó la rabia en el momento en que su amiga le sonrió. Mientras esperaban mantenían una amena plática a la cual no le hacían falta carcajadas.
Llegó Juan, el chofer de Emi. Se despidió de su amiga y fue transportada a su casa.

La mantuvo pensando la suposición de Lucy. Preferiría aceptar el ser lesbiana antes que admitir que en lo que en realidad ella deseaba no era un femenino cuerpo alto y delgado entre sus brazos en una fría noche, no, en lo absoluto, ella quería ser aquél femenino cuerpo alto y delgado. Lo daría todo, absolutamente todo por ser como ellas.
Apenas de regreso en su casa reanudó su rutina. Se lamentaba mucho acerca de su vida, no veía más allá de que no era tan delgada como las demás. Pobre Emi, no tenía idea de que lo peor estaba por venir.

Cuando todo cambió en su interior. (Parte media de la historia)

Su cuerpo yacía ahí, inerte, en el piso mientras su sangre bajaba lentamente desde su cabeza, recorriendo sus hombros, su delgado torso. La descubrirían, no quería que la descubrieran. Se aterró por un momento ¿y si alguien descubría lo que le había hecho a Larissa? No le permitirían volver a bailar jamás, la castigaría. No, no podía permitirlo además ella sabía que no había hecho nada malo... Larissa se lo pedía con cada uno de sus cándidos movimientos al bailar. Aún tendida en el suelo ella era sumamente hermosa. Notó que poco a poco perdía la definición de su fino perfume a causa de la sangre.
Tenía que sacarla pronto. Caminó serena hacia la cocina, tomo una franela y comenzó a limpiar su sangre porque aún fuera del mundo de los vivos Larissa merecía permanecer hermosa.
Habiendo ya terminado de limpiarla abrió su bolso, sacó su perfume y la roció repetidas veces hasta que oliera a al menos un metro de distancia.
Cielos, qué hermosa era. Lentamente se colocó en cuclillas, acarició lentamente su mejilla de la misma forma en que un pequeño niño acaricia al ave más preciosa que ha visto en su vida, del mismo modo en que un hombre enamorado acaricia a su bella dama después de unas tiernas palabras; acercó sus labios a los de ella y comenzó a besarla cual delicadamente le era posible, no quería, irónicamente, lastimar a Larissa. No quería lastimar sus hermosos labios. Apenas lo hizo sintió un escalofrío con tal fuerza que le erizó la piel y torció un poco su espalda.
La tomó por los brazos y comenzó a arrastrarla después de haberla puesto sobre un juego de sábanas blancas recién lavado. Ató bien las sábanas, se colgó en el hombro el bolso de Larissa sonriendo para sí misma. Tomó sus llaves, salió de la casa y habiéndola puesto ya en la cajuela arrancó su camioneta teniendo como destino la vieja casa de campo a la que su familia asistía únicamente en los veranos.
Mientras conducía comenzó a notar que sus brazos se habían penetrado del olor de Larissa, ''Larissa'', ''Larissa'' ¡dios! Cómo le fascinaba pronunciar su nombre. El nombre perteneciente a aquélla preciosa y delgada mujercita a quien le había despojado de su vida, aquélla preciosa mujer que cautivaba a cual alma la veía bailar.
Una nueva etapa estaba por comenzar, tal vez ahora podría ser tan buena bailando como ella, tal vez ahora los ojos se posarían sobre ella, tal vez sería la nueva Larissa.
Dejó esos pensamientos a un lado y comenzó a pensar en lo precioso que sería que una vez llegando a la casa de campo podría tomarla entre sus brazos, podría oler su piel blanca como porcelana de nuevo, podría besarle la frente, las mejillas y cuanto más quisiese. ''Larissa'', ''Larissa'', como amaba su nombre, pensaba.
- Larissa - pronunció lentamente, acto seguido se detuvo en seco y tras mirar la cajuela y pensar que ahí estaba la hermosa Larissa sonrió, se sintió tan feliz como nunca antes se había sentido. No podía dejar de pensar en lo que había hecho, algo nuevo en ella se había activado desde el momento en que tuvo la sangre corriendo por sus manos. Estaba tan feliz. Lentamente llevo su mano por debajo de su rosada falda y la ropa interior, comenzó a acariciarse. Esta vez si que podría llegar a sentir verdadero placer sexual, ya que, con esa misma que se tocaba, había golpeado el precioso cuello de Larissa.
No podía esperar para llegar.