Un placentero silencio a tempranas horas de la mañana del viernes es interrumpido por los fuertes toques a la puerta de la habitación rosada, opulenta y de muy buen gusto.
Entró a la habitación una señora de no más de un metro con cincuenta y ocho a hurtadillas, no como alguien que hace algo indebido si no como alguien en quien no figuran los deseos de molestar.
- Emily - susurró con su bella voz maternal mientras acariciaba el rojo cabello de Emily mientras movía un poco su hombro con intención de despertarla del modo más tranquilo posible. Después de pasados unos cuántos segundos entre-abrió los ojos. - Ya es hora, mi niña.
- ¿Qué horas son, Chelito?
- Dan las seis de la mañana, mi niña. Sabes que pienso que es ingrato el que me hagas despertarte a estas horas de la mañana y más aún que tú despiertes a éstas horas de la mañana. - Mientras la preocupada señora seguía sermoneándola, ella se levantó de la cama, se hizo una coleta al tiempo en que seleccionaba el atuendo ideal para salir a correr. Una vez que Chelito terminara con su sermón, claro estaba. - Bien sabes que no tienes por qué. Con que te levantes una hora después, además, una hora de sueño es una hora de sueño.
- Ya, Chelito, ya lo hablamos. Sabes que debo salir a correr porque...
- Porque quieres bajar de peso, pero, mi niña, sabes que eso no es verdad. Tienes un cuerpo muy hermoso.
- Ya, basta. No es hermoso y lo sabes ¿haz visto a Lucía? Es la más delgada de
La danse est la vie. Al final del día ella tiene un cuerpo maravilloso que la hace blanco de halagos, yo no. No quiero ser ''la gorda'' de la academia. Quiero que me reconozcan y el mundo del baile no lo hace si no tienes las cualidades necesarias. Es arte, no lo entenderías. -Pronunció esas groseras palabras mientras hacía una mueca y giraba con aire de desprecio la cabeza.
- De acuerdo, señorita. No la molesto más.
Habiendo dicho eso se marchó.
Emily estaba molesta, odiaba ser juzgada. Las personas no entendían cómo era.
¿Cómo se le pudo hacer tan tarde? ¿había sido el trote por la mañana, la comida con Dana?
Entró corriendo tan rápido como podía por los espléndidos ventanales de la academia cuidando, por supuesto, que su peinado no se descuidara.
Madame Annette era bastante exigente con sus alumnas, un peinado mal hecho bastaba y sobraba para sacar a cualquiera de sus discípulas de clase.
Mientras recorría los pasillos intentaba oír la música o al menos el sonido de las puntas. Lo único malo acerca de su recién adquirido nivel de experiencia en el ballet era que calentaban con puntas tal y como los mismos profesionales lo hacían por lo cual le era difícil deducir si ya habían pasado por la rutina del calentamiento o no.
Abrió la puerta y automáticamente buscó con la mirada a
madame Annette.
- Señorita Ellison, menos mal que nos honra con su valiosa presencia.
- Disculpe,
madame, tuve un contratiempo. - Dijo mientras esperaba cualquier señal que le fuera suficiente para suponer que estaba bien si se quedaba en clase. La señal llegó,
madame señaló con su largo brazo a los casilleros. Emily dejó sus cosas, se colocó las puntas y rápidamente acompañó en los calentamientos al grupo de altas y delgadas bailarinas que sin lugar a dudas podrían decir ser modelos sin levantar la más leve sospecha.
- Emily, corrige tus cierres. Mina, tus brazos. Todas las demás observen cuidadosamente a Lucía, tómenla como ejemplo.
Después de terminado el calentamiento comenzaron cada una con sus bailes, dando lo mejor de sí ya que en este medio y sobre todo, en esta academia, no importaba que dieras lo mejor de ti, importaba que dieras algo mejor que las demás, que las derrotaras.
Madame hacía notas mentales acerca de cada chica después de verla bailar, se fijaba en el más mínimo de los detalles. Pasadas las cinco horas podían al fin descansar, irse a casa. Las altas señoritas comenzaron a ir por sus mochilas, se cambiaron el calzado; algunas se dirigían a las regaderas, al sauna, a otros salones o a irse definitivamente. Emily estaba por salir cuando
madame la tomó por el brazo.
- Señorita Ellison, usted sabe que no doy cumplidos a menos que alguien lo tenga muy merecido. Dicho ésto, sus muslos han adelgazado, su rostro y brazos también. Sea lo que sea que esté haciendo, continúe con ello. - Por primera vez en su vida en la academia le sonrió, la terrorífica maestra le había sonreído. Al fin alguien premiaba su esfuerzo.
- Le agradezco muchísimo. Y claro, seguiré con ello. Que tenga linda tarde,
madame. - le dedicó una sincera y emocionada sonrisa mientras se giraba caminando hacia las regaderas.
No podía dejar de pensar en que su esfuerzo estaba rindiendo frutos. Sus rutinas de ejercicio por la mañana, sus limitadas calorías ingeridas, las rutinas de ejercicio en la tarde-noche y finalmente las abdominales antes de dormir. ''Todo sea por ser como ellas'' se repetía a sí misma cada vez que dudaba acerca de si era lo correcto exigir tanto a un cuerpo.
Le gustaba mucho estar en las regaderas, el sonido del agua caer, de las risas de sus perfectas compañeras... Todo en conjunto le era sumamente tranquilizador. Terminó de ducharse y se cubrió con la toalla, acto seguido salió del cubículo. Las chicas estaban riendo muchísimo, aparentemente le habían quitado la toalla a Lucía. Sus sospechas se confirmaron en el momento en que Lucía salió riendo sumamente avergonzada mientras cubría cuanto podía de su cuerpo.
- No se puede confiar en ustedes, dénmela. - Gritó entre risas mientras con su largo cabello cubría sus senos. Después de varios intentos y amenazas finalmente le regresaron su toalla.
Emily no se había percatado en lo absoluto de que tenía fija su mirada en Lucía hasta que las demás chicas comenzaron a verla extraño.
- ¿Qué, te gusto? - Preguntó Lucía con un tono de burla.
- No, la broma fue graciosa. - Se dio la media vuelta, se vistió y cuando a punto estaba de salir Lucía corrió para alcanzarla.
- Emi, sabes que fue una broma ¿verdad? No me molestó y si tú eres... Ya sabes...
- No, no soy. Como dije, Lucía, fue gracioso, nada más. - No pudo disimular lo ofendida que estaba debido a esa suposición.
- Sabes que no me gusta que me digas así, dime Lucy. Y te creo que no lo seas. ¿Para dónde vas?
- Caminaré a la Alameda, ahí me recogerán.
- Voy para allá ¿vamos juntas?
- Sí. - Olvidó la rabia en el momento en que su amiga le sonrió. Mientras esperaban mantenían una amena plática a la cual no le hacían falta carcajadas.
Llegó Juan, el chofer de Emi. Se despidió de su amiga y fue transportada a su casa.
La mantuvo pensando la suposición de Lucy. Preferiría aceptar el ser lesbiana antes que admitir que en lo que en realidad ella deseaba no era un femenino cuerpo alto y delgado entre sus brazos en una fría noche, no, en lo absoluto, ella quería ser aquél femenino cuerpo alto y delgado. Lo daría todo, absolutamente todo por ser como ellas.
Apenas de regreso en su casa reanudó su rutina. Se lamentaba mucho acerca de su vida, no veía más allá de que no era tan delgada como las demás. Pobre Emi, no tenía idea de que lo peor estaba por venir.